Millones de personas de 82 países hemos salido a la calle a manifestarnos el15-O en la primera movilización global.
Personas de a pie que nos levantamos cada día para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, que tenemos que sacar adelante a nuestra familia y que estamos preocupadas e indignadas por el panorama político, económico y social que estamos viviendo, en el que cada vez están más amenazadas las prioridades que ha de tener una sociedad democrática avanzada:
la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ambiental y el desarrollo y bienestar de las personas; ya que cada día vemos como se vulneran y restringen derechos básicos que deberían estar cubiertos en todas las sociedades, tales como el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la participación política, a la cultura, al libre desarrollo personal y al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz.
El actual funcionamiento de nuestro sistema económico y financiero global,
con el beneplácito de nuestros gobiernos, no atiende estas prioridades. ¿En qué queda la democracia si el gobierno –que se supone del pueblo- en lugar de preocuparse por llevar a las instituciones las necesidades del grueso de la sociedad lo que hace es dar cabida a la corrupción o seguir el dictado de los grandes poderes que sólo persiguen su propio beneficio a costa de la ruina de la población de países enteros? El obsoleto e ilógico modelo económico actual, basado en el ansia de acumulación de riqueza por encima de la eficacia y el bienestar de las personas, bloquea las energías de la sociedad sumiendo en la pobreza y la escasez a la mayoría de la población, despilfarrando recursos y destruyendo el planeta.
Los ciudadanos/as, aunque no nos demos cuenta, formamos parte del engranaje de una maquinaria destinada a enriquecer a unos pocos, que ni siquiera conocen nuestras necesidades.
Las personas de a pie, anónimas, somos necesarias para que el mundo funcione. Es necesaria una revolución ética en la que el dinero y el mercado no estén por encima del ser humano sino a su servicio. Somos personas, no productos.
Por eso hemos salido a la calle. Por eso tenemos que cambiar el mundo.
Personas de a pie que nos levantamos cada día para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, que tenemos que sacar adelante a nuestra familia y que estamos preocupadas e indignadas por el panorama político, económico y social que estamos viviendo, en el que cada vez están más amenazadas las prioridades que ha de tener una sociedad democrática avanzada:
la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ambiental y el desarrollo y bienestar de las personas; ya que cada día vemos como se vulneran y restringen derechos básicos que deberían estar cubiertos en todas las sociedades, tales como el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la participación política, a la cultura, al libre desarrollo personal y al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz.
El actual funcionamiento de nuestro sistema económico y financiero global,
con el beneplácito de nuestros gobiernos, no atiende estas prioridades. ¿En qué queda la democracia si el gobierno –que se supone del pueblo- en lugar de preocuparse por llevar a las instituciones las necesidades del grueso de la sociedad lo que hace es dar cabida a la corrupción o seguir el dictado de los grandes poderes que sólo persiguen su propio beneficio a costa de la ruina de la población de países enteros? El obsoleto e ilógico modelo económico actual, basado en el ansia de acumulación de riqueza por encima de la eficacia y el bienestar de las personas, bloquea las energías de la sociedad sumiendo en la pobreza y la escasez a la mayoría de la población, despilfarrando recursos y destruyendo el planeta.
Los ciudadanos/as, aunque no nos demos cuenta, formamos parte del engranaje de una maquinaria destinada a enriquecer a unos pocos, que ni siquiera conocen nuestras necesidades.
Las personas de a pie, anónimas, somos necesarias para que el mundo funcione. Es necesaria una revolución ética en la que el dinero y el mercado no estén por encima del ser humano sino a su servicio. Somos personas, no productos.
Por eso hemos salido a la calle. Por eso tenemos que cambiar el mundo.
(Fotos tomadas de la manifestación del 15-O de Córdoba)
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