Alguien ha dicho que los enemigos del Estado de Bienestar no podían desaprovechar una buena crisis.
Cuando las protestas son cada vez
más seguidas por los ciudadanos/as y se suceden de un modo continuado en contra
de los recortes y contra esta política económica que nos está hundiendo cada
vez más y, en este caso, para exigir más democracia. Cuando todo esto ocurre y
hay un gobierno que empieza a preocuparse ante el escenario que se le presenta, la
tentación de emplear el juego sucio para neutralizar esta rebeldía y sacudirse la
presión, por parte de regidores con pocos escrúpulos, puede hacer acto de
presencia.
En este supuesto, la estrategia a
seguir no podría ser otra que la de tratar de aislar lo más posible a quienes están
liderando estas protestas (el 15-M), a quienes han venido demostrado su capacidad de
movilización sostenida, su madurez en cuanto a la focalización de las causas de
los problemas y su convencido pacifismo. Para ello sería necesaria la
manipulación de la opinión pública haciendo aparecer a este movimiento como radical
y violento, de modo que se ganara el rechazo de buena parte de la sociedad. Se
trataría de crear situaciones de violencia con la que desprestigiar y
criminalizar a los manifestantes colocándoles la etiqueta de violentos.
Lo cierto es que unas semanas
antes de la convocatoria del 25-S el Gobierno ha ido incrementando paulatinamente
la agresividad en lo que parece una preparación del terreno de lo que después
hemos visto: en la concentración del día 15, fueron detenidos cuatro manifestantes
simplemente por portar una pancarta que aludía a la mencionada convocatoria del
día 25. La semana pasada la policía identificó a todas las personas presentes
en una asamblea en el parque del Retiro. Incluso el Gobierno dio orden al
fiscal para imputar a ocho activistas por organizar una supuesta y futura
actividad delictiva (que después fue legal). La delegada del Gobierno reconocía
en televisión la existencia de listas negras de manifestantes, etc.
Luego, durante toda la
manifestación la policía actuó restringiendo derechos fundamentales de forma
sistemática a manifestantes y viandantes, con actuaciones que provocaban el
nerviosismo y empleando una violencia desproporcionada con numerosas
detenciones y duras cargas que ocasionaron decenas de heridos en una
manifestación que, como se ha visto, fue en todo momento pacífica, exceptuando el
incidente de unos encapuchados muy sospechosos.
Pero centrémonos en estos
incidentes. Algunos vídeos que están circulando por la red nos ponen sobre aviso
de quién puede estar provocando la violencia.
Incluimos a continuación dos de
ellos:
En el primero se aprecia cómo un manifestante
de los de sudadera con capucha se identifica como policía: “soy un compañero”,
al ser detenido, arrastrado y golpeado por los antidisturbios.
La policía ha reconocido que tiene infiltrados en las
manifestaciones, aunque sólo para controlar. Pero la pregunta es ¿sí este
policía sólo estaba allí observando, cómo pudo ser detenido y tratado de ese
modo? O bien este elemento hacía algo
más que observar o la policía actuó de modo violento de forma indiscriminada. O, seguramente,
ambas cosas.
En este segundo vídeo se observa al principio que un grupo
de encapuchados con unas banderas rojas y negras provocan a los antidisturbios -a pesar de la recriminación de una chica-,
quienes responden con una carga. Sin embargo, sobre
el minuto 2:50 se ve como esos mismos encapuchados, con sudaderas negras y
vaqueros, son los que colaboran con la policía arrastrando a un manifestante hacia
las furgonetas.
En fin, que las imágenes hablan por sí solas. Esperemos que
en la manifestación de hoy, la tercera de esta semana convocada como protesta por
todo lo que está ocurriendo, se aíslen a estos elementos que han quedado en
evidencia y no se caigan en provocaciones de violencia.
Y esperemos, sobre todo, que no se trunque con “malas
artes” este movimiento de lucha que representa una esperanza de cambio tan
necesario para la mayoría de los españoles.